"El alma llena de estrellas"
Este año se conmemora el centenario del nacimiento del poeta platense Francisco López Merino (1904 - 1928). Su poesía intimista y melancólica era admirada por Jorge Luis Borges y Juan Ramón Jiménez. El temprano suicidio del escritor interrumpió una obra marcada por el lirismo y la belleza
En el paseo del Bosque de La Plata, próximo a la gruta y el lago, puede verse un busto del poeta Francisco López Merino, esculpido por Agustín Riganelli, con una inscripción en el pedestal que dice: "En la mañana buscó la noche". El busto se instaló en 1931, tres años después de la muerte del poeta (la inscripción fue redactada por Pablo Rojas Paz) y, simultáneamente con su inauguración, hubo un acto en el teatro Argentino en cuyo transcurso se presentó un tomo con la obra total de este poeta nacido el 6 de julio de 1904 -hace un siglo- que decidió poner término a su vida el 22 de mayo de 1928, un mes y medio antes de cumplir 24 años.
Cincuenta años después, su amigo, el escribano Juan Nicolás Rozos, nos narró cómo había ocurrido la tragedia. Esa mañana de mayo, cerca del mediodía, estaba sentado con Panchito -así lo llamaban los amigos- a una mesa del bar del Jockey Club, tradicional confitería platense. La charla discurría con serenidad cuando López Merino se incorporó y le dijo: "Voy hasta el baño". Segundos después se oía la terrible detonación. Rozos corrió hacia el lugar junto con otras personas y encontró al poeta tendido en el suelo, con la cabeza destrozada.
¿Cuál fue el motivo del suicidio? López Merino era un muchacho alegre y sociable, amigo de bromas (escribió algunos "epitafios" festivos aparecidos en la revista Martín Fierro). Pero, según Rozos, después de la muerte de su hermana mayor, afectada de tuberculosis, se volvió taciturno. Al dolor por la pérdida de la hermana, a la que dedicó varios poemas, se unía la sospecha de que él también padecía el mismo mal. Tanto es así que cuando se palpaba la frente para detectar una fiebre imaginaria, sus amigos, en son de broma, se ponían a cantar. Esos amigos habían consultado al médico de Panchito, el doctor Rodolfo Rossi, quien les aseguró que la única enfermedad del poeta era su hipocondría. López Merino tenía una novia, María Enriqueta Argüello -fallecida hace tres años-, que hacía entonces lo posible para aventar su aprensión, pero ni ella ni los amigos creyeron que Panchito podía llegar a matarse.
Jorge Luis Borges, que le dedicó dos poemas, escribió en el primero de ellos, incluido en Cuaderno San Martín (1929): "Si te cubriste, por deliberada mano, de muerte,/ si tu voluntad fue retener todas las mañanas del mundo,/ es en vano que palabras rechazadas te soliciten,/ predestinadas a imposibilidad y derrota./ Sólo nos queda entonces/ decir el deshonor de las rosas que no supieron demorarte,/ el oprobio del día que te permitió el balazo y el fin".
El profesor de literatura de López Merino en el Colegio Nacional de la Universidad de La Plata, Rafael Alberto Arrieta, escribió sobre los poetas que integraron lo que denominó la "Escuela de La Plata": López Merino, su cuñado Pedro Mario Delheye, Héctor Ripa Alberdi y Alberto Mendióroz. Todos murieron antes de cumplir los treinta años y a todos los unió una común admiración por la estética simbolista de Francis Jammes, Samain y la primera etapa poética de Juan Ramón Jiménez, así como la obra de algunos autores belgas -Rodenbach, Elskamp- leídos por mediación de Delheye, que tenía antepasados flamencos. Esos jóvenes encontraron una afinidad literaria entre los escenarios melancólicos descritos por los mencionados autores y las amplias avenidas silenciosas, flanqueadas de tilos, y los bosques con lagos artificiales de La Plata. Paisaje que experimentaban, según la definición de Amiel, como "un estado de alma".
Si bien esa atmósfera de voluptuosa ensoñación gravitó en todos los integrantes de la Escuela de La Plata, no pesó tanto en López Merino como para impedir que su voz alcanzara un acento propio. Su poesía, refinada e intimista, imbuida de delicado romanticismo, no se presenta envuelta en un aura crepuscular sino matinal, es de una tristeza fresca y luminosa ("Mis primas, los domingos, vienen a cortar rosas/ y a pedirme algún libro de versos en francés"). Sus hallazgos verbales transmiten un sentimentalismo acaso ingenuo, juvenil, junto a una conmovedora intuición ("el alma se me llena de estrellas/ cuando pienso que moriré"). López Merino, amigo de los poetas ultraístas de su generación, mantuvo una actitud de respeto por los cánones tradicionales del verso y escribió al margen de las rebeldías de la vanguardia; participó de esa corriente neoclásica y neorromántica que, prolongada en gran parte de la Generación del Cuarenta, ha sido y es aún subestimada por una crítica mayoritaria que prioriza, como valores supremos, la ruptura y la experimentación.
Francisco López Merino publicó en 1920, a los 16 años, un pequeño libro titulado Canciones interiores, Tono menor (1923), "Sugestiones de una balada" (1924), separata de la revista Nosotros en la que comentaba un poema de Ripa Alberdi, y Las tardes (1925). Como ya dijimos, en 1931, o sea póstumamente, se publicó su Obra completa, volumen que recoge las poesías de todos sus libros más una serie de "Ultimos poemas". En las páginas finales se transcribe un "Elogio de López Merino", de Pablo Rojas Paz, y versos dedicados al poeta firmados por Jorge Luis Borges, Ricardo L. Molinari, González Carbalho, Fernández Moreno, Pedro Miguel Obligado, Mary Rega Molina y Carlos María Podestá.
El doctor Héctor P. Lanfranco, que fue apoderado legal de Juan Ramón Jiménez en la Argentina, nos contó que el poeta de Moguer, al recibir en su casa de Madrid el libro Las tardes, enviado por su autor, quiso escribirle manifestándole su admiración, pero diversos compromisos fueron demorando la respuesta. La trágica muerte de López Merino, poco tiempo después, lo llenó de consternación y cuando viajó a la Argentina, en 1947, se trasladó un día a La Plata para depositar un ramo de flores en el busto del poeta.
Esos homenajes de sus contemporáneos expresaban una valoración de la que no participan, en general, los poetas actuales. Hoy son pocos los que leen a Francisco López Merino. ¿Pero es justo que la mudanza de gustos o de sensibilidad niegue o menosprecie a quienes fueron intérpretes de otras estéticas? Ya no se escribe, es cierto, como el joven suicida de La Plata; sus criaturas y paisajes sofisticados están lejos del espíritu de nuestra época, pero sus palabras continúan albergando una suerte de estado de gracia, un lirismo hecho de música y belleza que aún puede conmover a quienes, libres de prejuicios temporales, se acerquen a sus versos. .
Por Antonio Requeni (1)
Para LA NACION - Buenos Aires, 2004
1. Periodista y escritor. Buenos Aires en 1930. Es miembro de
número de la Academia Argentina de Letras. Fue En la Academia Nacional de
Periodismo coordina la Comisión de Publicaciones.
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